6.11.02

Llevo escazas dos horas en Barcelona. La ciudad me recibió con indiferencia (como debe ser), un poco de frío y el frenético movimiento de la estación de metro de Sants, que me lleva a Hospitalet y al piso de mi hermano. Un café (dos, tres), una napolitana de chocolate y el cerebro comienza a reaccionar. Me encuentro con la novedad de una televisión con pinta de Apple iMac en el salón; no he visto la televisión desde que me cambié de piso en Mayo. He leído tres veces más libros, trabajado más y (afortunadamente) ya se me olvidaron todos los nombres de petardillos, corazóncorazones, pseudo famosos y vedettes de la escena española. ¡Ni siquiera sé quienes están en el nuevo Gran Hermano! Y es que con una tele en el salón es imposible escapar de ese tipo de (des)información.

Siento el control remoto en la mano. Un botón y los electrones se estrellan contra la pantalla. Infomercials, noticieros, debates, tertulias... ¡caricaturas japonesas en catalán! Así vuelve la televisión a mi vida. Es como si nunca hubiera dejado mi vida. ¿A qué horas comienza el programa de Teresa Campos?

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